A pesar de la austeridad del montaje, el suelo estaba cubierto con alfombras persas, consciente que en el teatro las tablas son tan visibles como el escenario. Les dio buen uso, por que sus rodillas no dudaron en apoyarse en su estampada superficie innumerables veces. Signo inequívoco de lo mestizo que resultó el concierto, donde se mezclaron los temas con humo de las alcantarillas de la gran ciudad con el lejano y enemigo oriente. Siempre humilde, el maestro no dudó en descubrirse ante el indudable genio de sus músicos venidos de los cuatro puntos cardinales. A pesar del dramatismo de alguna de sus canciones, la sonrisa del viejo poeta iluminó el enorme palacio de los deportes con una sinceridad y entrega que raras veces se siente en semejantes actuaciones y artistas. Su voz de oro nos suministro una lección de modestia, sencillez, elegancia y genio; más allá del precio astronómico de la entrada, el maestro nos dio liebre por gato.
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