La burbuja arquitectónica, como la inmobiliaria, ha esplotado. Los arquitectos ya no encuentran trabajo como hace unos años: El excesivo parque de viviendas actual hace imposible que se genere una importante carga de trabajo, además cada año se licencias en las escuelas de arquitectura un número de profesionales que el mercado es incapaz de asimilar. Hay que sumar que con la reforma educativa que se avecina, el intrusismo de otras carreras y la limitación del campo laboral que van a imponer, reduciran aún más las posibilidades de empleo. Las posibilidades que se ofrecen no son muchas: El encargo directo (pura quimera), la contratación en un estudio y/o constructora (la crisis actual están cerrandolos o reduciendo drasticmanete el personal) o concursar (la picaresca, los fallos surrealistas y la nula intención de construir genera un clima irrespirable) no configuran un panorama muy optimista. Si a pesar de lo dicho, se consigue un encargo, la inestable situación financiera provocará en muchos casos que no se cobre el trabajo realizado al no existir liquidez alguna; lo que ha generado un sistema de castas de arquitectos ricos y pobres, los primeros disponenen de los clientes, las influencias y el dinero para aguantar el tirón y los segundos la ilusión y la esperanza.
El problema es que no les damos pena a nadie, el gobierno no prepara un paquete de medidas alguno para salvarnos, muy al contrario, practicmanete nos hace responsables de un situación que si no hemos provocado, hemos aprovechado lucrativamente en beneficio personal, así que ahora nos toca purgar los placeres que aquellos años nos proporcionaron.
Además, nuestra la labor se encuentra alejada de la sociedad que nos considera un mal necesario y la buena arquitectura es cosa de intelectuales. Un poco por encima de los abogados pero muy alejados del ingeniero y su religioso halo técnico (el sumo pontifice) ni que decir de los médicos en los cuales se confia ciegamente.
Esta lejanía de la sociedad no disminuye con los premios que se conceden a nuestros compañeros, el último, el Príncipe de Asturias a Lord Norman Foster. Con estas condecoraciones no se premia la calidad de la arquitectura que ha mejorado la vida de los ciudadanos, sino a los voceros del dinero y el poder que construyen sus ostentosas sedes sociales de acristaladas fachadas. El Pritzker (llamado Nobel de la arquitectura) ha sido entregado a mi amado Peter Zumthor, un señor tan alejado del mundanal ruido que los clientes se limitan a pagar sus elevados honorarios para poseer una de sus metafóricas construcciones. Mientras sigamos con esta costumbre de escondernos detrás de las columnas para contemplar la reacción de los sufridos usuarios y sigamos vanagloriandonos con las ridiculas condecoraciones con las que los poderes fácticos nos agasajan, no recuperaremos el compromiso con la sociedad.
http://www.edgargonzalez.com/planetabeta/ Episodio XI
y también un artículo de Esther Zandberg "Not a pretty sight" el 11 de junio de 2009 en Haaretz.com
0 comentarios:
Publicar un comentario