miércoles, 5 de mayo de 2010

Belleza mutilada

El emperador bizantino Constantino IV (649-685) se encontró obligado a compartir el trono con sus hermanos Heraclio y Tiberio. Para asegurar la sucesión al trono a su hijo Justiniano, no asesinó de una manera tradicional y sanguinaria a sus familiares sino que recurrió a otra fórmula mucho más sibilina: les cortó la lengua y así les impidió al acceso a la herencia ¡Cómo iba a gobernar un mutilado, representante de la divinidad, depositario del gobierno más poderoso del mundo conocido! Sin dificultades se coronó a Justiniano II (669-711) y resultó ser un gran estidista, justo, magnánimo y devoto, pero se buscó la enemistad de la aristocracia constantinopolitana que vio afectados sus intereses al apoyar el desarrollo de pequeñas propiedades y al campesinado libre. Tras una revuelta popular, Justiniano fue depuesto y sustituido por su general, Leoncio. Aquel recordaba a su maquiavélico padre y su eficaz decisión de mutilar a sus competidores, así que optó por no matar al ex-emperador, sino que le cortó la nariz y lo deportó a la isla de Creta. La impopularidad del reinado de Leoncio, provocaron la reaparición de Justiniano "Nariz cortada"; a pesar de su aspecto espantoso, retomó el poder y se pusó una nariz de oro en la cara que le legitimase en el trono. Tal vez fue por el exilio o por el metálico apósito, pero su vengaza fue terrible: a Leoncio le cortó algo (no sé el qué), lo metió en la carcel y tiempo después lo mató. El buen gobernante no reapareció y sólo la tirania provocó su asesinato, despedazamiento y finalizar con la dinastia heraclida.

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